martes, 21 de abril de 2015

Historias de lucha libre de Guatemala

Historias de lucha libre de Guatemala
LUCHA LIBRE EN SU EPOCA DE ORO
Licenciado Miguel Ángel González Ortiz

Wolf Rubinskis, el villano.
No pretendo escribir la historia de la lucha libre de Guatemala, pues para hacerlo hay que tener datos exactos: fechas, nombres, crónicas y entrevistas;  es difícil encontrarlo todo y podría caer en inexactitudes que provocarían polémicas innecesarias con periodistas y aficionados acuciosos, que guardan recortes y revistas de cada temporada y tienen su propia historia.  Mi experiencia de más de medio siglo como periodista deportivo —especializado en boxeo y lucha libre— me permite sacar conclusiones que ayudaran a los aficionados de aquella época y  a las generaciones actuales y futuras a comprender por qué se le llamó la época de oro de la lucha libre..  Esta es mi historia de la lucha libre de Guatemala.  Para no quitarle la esencia a los reportajes, las entrevistas y los comentarios de esta historia, las escribiré sin quitarle ni ponerle los signos ortográficos con que fueron escritos hace casi medio siglo, para no alterar  su contenido.

El reportero de lucha libre vive en un mundo  encantado, lleno de sorpresas agradables. Sus crónicas y sus reportajes tienen lucha fantasía y se la trasladan a los lectores. Los luchadores enmascarados viven rodeados de misterio y  le permiten escribir historias fascinantes acerca de sus actividades personales y deportivas.  Puede hacerle creer al lector quién es el deportista que guarda su identidad bajo una máscara y al final es otro el aludido. Puede ser nuestro vecino y nadie lo conoce.  De la vida de un luchador se pueden escribir reportajes que difieran de forma, pero no de fondo.

Hace seis décadas este fascinante deporte llegó a ser más popular que el futbol, pero los medios de comunicación no le dieron la divulgación que el aficionado esperaba. No solo porque los periodistas especializados eran escasos, sino porque durante muchos años fue tabú. Hace más de medio siglo, los pocos periódicos que circulaban en Guatemala —casi solo en la capital—, preferían escribir de política y de futbol.  Además La Segunda Guerra Mundial consumía gran parte de Europa y quienes no tenían radio iban al quiosco del parque Concordia  —hoy Gómez Carrillo— a escuchar las últimas noticias del radio periódico “Diario del Aire”, que dirigían Miguel Ángel Asturias y Francisco Soley y Pérez. Debido a la poca divulgación que tenía la lucha libre, se tienen  pocos datos de su llegada a Guatemala.

En 1948 el promotor peruano Benito Silva, presentó espectáculos musicales y de lucha libre en el teatro (cine) Pálace, 6ª avenida entre 12 y 13 calles.  Mis hermanos Daniel Antonio y Julio Ricardo, me llegaban a contar las violentas disputas entre técnicos y rudos. Los contendientes entregaban alma y corazón para satisfacer a los aficionados.  Ellos no perdían la oportunidad para ver las emocionantes veladas, pues  con sus gritos descargaban toda la energía de su incipiente juventud. Técnicos como César Sando ( o Sandoval) los hacían gritar de emoción, pero se ponían tristes cuando el temible Chivo lo castigaba con demasiadas rudezas.

Me emocionaba cuando mis hermanos de hablaban de luchadores, y hubiera deseado ser mayor para  acompañarlos. Para mi buena fortuna, en 1953 exhibieron la película mexicana  La Bestia Magnífica, en el teatro Cápitol y pude compartir las emociones con otros niños, que animaban “al traidito” Crox Alvarado y lloraban cuando “el bandido” Wolf Rubinskis, se excedía en rudezas para derrotarlo.  

Debido al éxito de esa película, el productor Joselito Rodríguez creó a Huracán Ramírez, con David Silva como Huracán. El primer luchador enmascarado azul fue Carta Brava,  pero quien lo popularizó y lo llevó a las mejores arenas y gimnasios del mundo fue Daniel García Arteaga. En esa película, además del estelar David Silva participaban Fredy Fernández el Pichi, Carmelita González, Pepito y Titina Romay, Tonina Jackson y el Carnicero Butcher, a quien entrevisté en El Impacto (1966). En 1950, la lucha libre empezó a tener auge y hubo combates memorables en el Gimnasio Nacional. Los máximos exponentes fueron Arístides Pérez, Máscara Negra y Máscara Roja. .En 1951, el promotor estadounidense Jhonny Kracker trajo un grupo de luchadores de distintas nacionalidades y se enfrentaron entre sí;  Búfalo Bill, El Ángel Sueco, El Negro Badú y Cien Gramos, entre otros. En 1955, Rodrigo Hurtarte  trajo a Ray Mendoza, Frankenstein, El Demonio Negro y El Bucanero.

León Mizrahí, fanático número uno del “equipo de las simpatías” Tip. Nac. —no como dicen algunos, Tipografía Nacional—, era propietario del almacén y sastrería El Buen Talle, situado en la esquina de la 5ª, avenida y l6 calle, zona,  y durante la década 1940-1950 había sido promotor de boxeo profesional, de éxito.  Las peleas se efectuaban en la parte norponiente del recordado estadio Escolar (donde ahora están,  los edificios del Banco de Guatemala y del Crédito Hipotecario Nacional). La lucha libre ya tenía muchos aficionados y en 1956  León decidió convertirse en promotor y seleccionó a las personas que podían colaborar con él.  Ellos eran Sergio  Álvarez, Efraín Molina Flores y Carlos García Urrea. Para dar luchas de primera calidad contrataron a los famosos luchadores mexicanos: El Médico  Asesino,  El Enfermero, El Santo, Black Shadow, y Adolfo Bonales…

León viajaba seguido a México para contratar a los mejores, pues quería que su empresa fuera una fuente de trabajo para muchos años. En esa época los aficionados abarrotaban el gimnasio los viernes y los domingos, ya que en cada velada había hasta ocho luchadores mexicanos  La lucha libre llegó a ser más popular que el futbol, a pesar de que los medios de comunicación escritos le negaban información. Las vibrantes narraciones de Mario Luis Moscoso —primer narrador—, René Barreda y Enrique Bremermann, a través de Radio Quetzal y las películas mexicanas llenaban ese vacío.

León formó un excelente equipo de colaboradores, que trabajaba con la precisión de un reloj suizo. Al finalizar las funciones se formaban dos grupos de luchadores; rudos y réferis, en el otro estaban los técnicos, y los llevaban a cenar a algún restaurante.  Aquella situación era como un cuento de hadas, pues las relaciones entre patronos y trabajadores casi siempre son tirantes;  unas veces por la voracidad de los patronos y otras por los abusos de los trabajadores, mal aconsejados por algunos dirigentes sindicales que viven como reyes y no trabajan, les dicen que hagan berrinches para exigir mejoras salariales excesivas “porque a los patronos les sobra el pisto”. Una noche León reunió  a sus empleados de confianza y les dijo que él había soñado construir una arena como El Coliseo, de México y que  en los alrededores del Trébol había un terreno con las medidas necesarias, para no depender del gimnasio.  La lucha libre perdía continuidad cuando había otras actividades.  Les expuso que él ya había hecho los cálculos financieros y que se podía llevar a cabo la obra.  Tenían que hacer los trámites y que ellos serían socios de la empresa.  Después de algunas deliberaciones, le respondieron que ellos no tenían dinero para ese proyecto. Mizrahí les dijo que ellos serían socios industriales y que él continuaría como socio capitalista, pero que si aceptaban tenían que compartir su responsabilidad como verdaderos empresarios.


Crox Alvarado se ganó el
 corazón de los aficionados 
Por razones ajenas a su voluntad, León no asistió a la primera sesión de accionistas y cuando les pidió información de lo que habían tratado, le respondieron que por decisión unánime, habían dispuesto que a partir de ese fin de semana, se suspendían las cenas para los luchadores y que cada quien la pagara de su salario.  Él se molestó por aquella medida  y les dijo que los luchadores eran quienes generaban las ganancias y que un trabajador bien tratado rinde más que uno que no tiene incentivos pero los socios no dieron marcha atrás  Ellos designaron a un representante para que hiciera las contrataciones en México, pero los pagos no cuadraban, pues los gastos se incrementaron a partir de ese cambio.

“El león indomable” estaba destrozado y decidió viajar a México en secreto y averiguó que la persona encargada de los contratos, pedía una jugosa comisión extra y para que los luchadores firmaran, les daba una pequeña gratificación. Cuando los luchadores guatemaltecos se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo se desanimaron y el espectáculo bajó de calidad. Los días siguientes fueron una pesadilla para León, porque los nuevos socios lo marginaron y se volvió una batalla verbal de todos contra uno o uno contra todos. El sueño de la construcción del coliseo se convirtió en pesadilla y a los pocos meses León renunció de la empresa que, con tanto trabajo había hecho producir, y volvió a refugiarse en su querido Buen Talle.

Antes de cerrar esta presentación, deseo compartir el reconocimiento que miles de aficionados a la lucha libre les han hecho a los señores Luis Javier Piril, Heber Galicia, Perseo, El Pobre.  Héroe de Leyenda y al Javierista, creadores de un blog especializado en lucha libre y a doña Ana María Azurdia  por su constante dedicación por mantener viva la llama de la lucha libre y por su interés por publicar fotos y reportajes de los luchadores que regaron con sangre o dejaron su vida en los cuadriláteros, para que quienes vivieron la época de oro de la lucha libre y algunos jóvenes que, por medio de este blog han averiguado que algunos  de sus familiares contribuyeron a la grandeza del deporte que muchos llevan en la sangre.  ¡Sigan adelante, amigos, con la historia de la lucha libre de Guatemala!

Queremos darles las gracias a los promotores, porque durante muchas décadas contrataron  a los mejores luchadores internacionales para que el aficionado los conociera y les pidieran autógrafos, hasta que los directivos de la Federación de Baloncesto ya no quisieron prorrogarles el contrato, aduciendo que “dañaban las duelas”. ¿Por qué se dieron cuenta después de casi medio siglo de actividad? Rindo un homenaje póstumo a los luchadores nacionales extranjeros que actuaron en el gimnasio Teodoro Palacios Flores que ya partieron al más allá, pero que dejaron recuerdos inolvidables de sus hazañas sobre el cuadrilátero.

También saludo a locutores y periodistas que narraron o escribieron acerca de este deporte: Mario Luis Moscoso, René Barreda, Enrique Bremermann, Juan Antonio Morales, Oswaldo Johnston, Erwin Salvador Mérida, Carlos S. Velásquez, Alberto Aragón Chapincito, Manuel Marroquín Ortega, Carlos García Urrea, Rafael Hernández Cabrera y Nery Rivera. Agradezco a quienes confiaron en mí para fundar o dirigir revistas de lucha libre: Fredy Azurdia, editor del primer ejemplar de Box y Lucha, Óscar Marroquín Milla, director del periódico Impacto, Lic. Tito Ordóñez, editor de Ring Mundial, Édgar Echeverría, editor de las revistas Lucha Libre, Lucha y Ring 2000, y José Azzari, editor de Box y Lucha, 

Hacemos un breve paréntesis en esta historia de la lucha libre de Guatemala para recordar a uno de los luchadores más famosos de todos los tiempos, quien no solo destacó en natación, lucha olímpica, sino como promotor de espectáculos profesionales: José Azzari.  Chepe era alto, rubio y atlético por su ascendencia italiana.  Algunos lo consideran el mejor técnico de todos los tiempos, no obstante la categoría y los triunfos internacionales de los recordados Arístides Pérez y Édgar Echeverría.  Fue el último promotor que llenó el Gimnasio Teodoro Palacios Flores. ¡Nadie como él!

Hace 25 años murió José Azzari
La muerte de José Azzari hizo
 llorar a miles de  aficionado

¿Cómo vamos a olvidarlo si fue uno de los mejores luchadores de la  recordada época de oro? Alto, atlético, bien parecido, mantuvo una rivalidad con el no menos famoso Édgar Echeverría y las opiniones se dividieron, porque ambos lograron mantenerse en el corazón de los aficionados durante muchos años.  Fueron buenos amigos, pero tuvieron muchos roces, pues se disputan el derecho de ser arrendatarios del Gimnasio Teodoro Palacios. Algunos aficionados soñaban con verlos frente a frente sobre el cuadrilátero, pero la inesperada muerte de José impidió ver el duelo del siglo: José Azzari contra Édgar Echeverría.

Aquella mañana trágica del 17 de octubre de 1988, corrió como reguero de pólvora una noticia que nos estremeció a todos ¡José Azzari había muerto¡  Aunque se echaron a rodar muchas bolas acerca de su inesperada desaparición, nadie podía dar crédito a las informaciones radiales.  Podía tratarse de una broma de mal gusto, algún resentido se había dado a la ingrata labor de gritar que José —con perdón de otros—, el más grande luchador de todos los tiempos, había sido asesinado en una cantina.

Inmediatamente nos dirigimos a una funeraria y allí, rodeadas por familiares y amigos, con el corazón destrozado por su muerte estaban su esposa Hoppy y doña Carmen Arrivillaga.  De mi garganta apenas salieron algunas palabras de consuelo.  ¡Qué se puede decir en estos casos, si cada pésame era como una puñalada en el pecho de su compañera de hogar?

Para hablar de esta luminaria del deporte es necesario retroceder 78 años y viajar imaginariamente hacia Chiantla, departamento de Huehuetenango, a la hacienda de sus padres José Azzari Magini —italiano—, y María Aceituno —guatemalteca—, entre las frondosas ramas de los árboles y verdes montes, nació José María, quien más tarde le daría gloria al deporte guatemalteco.

Era un 10 de noviembre, pero en la hacienda de sus padres ya se hacían los preparativos para las festividades de fin de año;  cohetes y bebidas que abundarían en Navidad.  Su padre deseaba que fuera agricultor, pero José prefería acompañar a sus hermanos a recorrer alegremente los surcos de las siembras..  Le gustaba subirse a los árboles para buscar nidos de pájaros.

Una mañana decidió lanzarse al río, pero como no sabía nadar  la corriente lo arrastró durante unos minutos.  José no era más que una figura pequeña, sin fuerzas para salir de aquella corriente que parecía un monstruo dispuesto a tragárselo.  Cuando estaba a punto de hundirse pidió auxilio.  Perdió la noción del tiempo.  Después supo que su madre lo había sacado medio kilómetro más adelante.
La experiencia fue dura y desde ese momento se dedicó a aprender a nadar.  Con el tiempo destacó en la natación y fue salvavidas del Seguro Social. Cuando José tenía ocho años de edad ingresó a la escuela primaria, pero por su carácter rebelde, indómito —como un potro salvaje— buscaba pelea con sus compañeros. Era de complexión delgada, pero la fortaleza de su espíritu lo impulsaba a retar a niños que lo aventaban en edad y estatura. Cuando llegó a la capital para continuar sus estudios secundarios, un azar del destino puso en sus manos una revista especializada en cultura física y José se inscribió en un gimnasio.

Entrenaba fuerte, porque deseaba tener un cuerpo atlético. Años más tarde, aquel chiquillo delgado se convirtió en un gigante fornido.  Conoció a  Héctor Iriarte, uno de los mejores luchadores olímpicos de la época, quien lo invitó a entrenar en el Palacio de los Deportes.

Imaginó que el deporte le daría muchas satisfacciones, pero había que entrenar duro para realizar sus sueños. Como todo buen deportista, además de ser un excelente luchador olímpico, aprendió a conducir automóvil, avioneta, tractor y a bucear.  Ya consagrado en la lucha libre, durante sus vacaciones iba al lago de Atitlán y a los callos de Belice a bucear.  Además del español,  hablaba inglés, portugués e italiano.

Gracias a su constancia en los entrenamientos se convirtió en uno de los mejores. Sin embargo, para justificar su fama tenía que demostrar fuera de la patria que sus triunfos no eran obra de la buena suerte.  Durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Jamaica en 1952, fue campeón.  Un año después en los Juegos Panamericanos efectuados en Sao Paulo, Brasil —contra todos los pronósticos— ganó la medalla de plata.  No obstante haber perdido la medalla de oro, los dirigentes deportivos de aquel país le pidieron que se quedara trabajando como entrenador de lucha olímpica.  Querían que se nacionalizara y que compitiera como brasileño.  La oferta era tentadora, pero el amor a la patria pudo más que el amor al dinero y prefirió volver a Guatemala.

Al retornar de aquella triunfal aventura, algunos medios de comunicación social le dedicaron grandes titulares por su hazaña, pero Azzari ya se había dado cuenta de que aunque las medallas sean de oro o plata no se pueden comer y que tenía que pensar en su futuro.  Era tractorista de la Dirección General de Caminos y le pidió una entrevista al director para que le cambiara el puesto, porque  deseaba ganar más.  La inesperada respuesta —bastante cruel— mató sus esperanzas “Lo felicito, señor Azzari, por su triunfo, pero no puedo darle un ascenso, porque los buenos deportistas son malos trabajadores…”.

José Azzari había dejado sus mejores  años en la lucha olímpica y cuando se dio cuenta de que los deportistas aficionados no tienen ningún aliciente, se sintió defraudado.  Era un luchador de 1.80 metros de estatura y 185 libras, no le costaría destacar en cualquier actividad.  Todavía estuvo ligado a la lucha olímpica, pero en 1965 decidió dejar la butarga (pantaloneta con tirantes), por la pantaloneta corta. José Azzari, el más popular luchador olímpico de la época,  ingresaba con pie derecho al mundo de la lucha libre profesional. Quisimos recordarlo en el  25 aniversario de su muerte, con este homenaje póstumo.

Guatemala, 17 de octubre de 2013.





¿Por qué reportero de lucha libre?

¿Por qué reportero de lucha libre?
Después de este paréntesis obligatorio, continuamos con esta apasionante historia. ¿Cómo voy a olvidar mis últimos años de estudio en las escuelas Sostenes Esponda y Francisco Menéndez, si mi ortografía era un desastre y yo soñaba con ser periodista, escritor o locutor?, pero el tiempo transcurría inexorable y “no podía levantar vuelo”. Parecía que mis sueños nunca se convertían en realidad. A finales de 1953, con un grupo de amigos de la colonia Bethania, nos reuníamos todos los viernes en la galera donde estacionaban las camionetas de la empresa La Fe  (BC) que llegaba al parque Concordia. Ese grupo de aficionados a la lucha libre lo formaban entre otros, mis hermanos Daniel Antonio y Julio Ricardo, así como algunos compañeros del equipo de futbol Gimnástica Chapina.  Recuerdo a los hermanos Santizo, Gonzalo y Marco Antonio, Guayito Aguilar y Mariano Coronado. También nos acompañaban los hermanos Orellana, Benito y Mario y los hermanos Villalta, Margarito, Miguel e Inés, la única mujer del grupo. Aunque casi siempre había grandes colas para ingresar al Gimnasio, teníamos paciencia para llegar a la taquilla de general, en el sur-poniente.

Nos gustaba esa localidad, pues estábamos cerca de la salida de los técnicos y los saludábamos  con alegría. Topes y ángeles desde la tercera cuerda, así como los ángeles fuera de las cuerdas y las yeguas voladoras electrizaban a los aficionados. Pero cuando atacaban los rudos, con piquetes a los ojos, candados al cuello, patadas en partes prohibidas, estrangulaciones directas o cuando utilizaban cadenas para golpear a los rivales, los aficionados unían sus voces de protesta y le gritaban al réfere para que detuviera el brutal castigo, que muchas veces terminaban en baños de sangre. Algunos fanáticos llevaban hondas de hules canches,  porque eran más flexibles y  los proyectiles tenían más fuerza. Les tiraban bodoques de barro o piedras a los rudos. Por la distancia, nunca vimos cuantos luchadores bajaron del cuadrilátero con la cabeza rota por un certero bodocazo.  Nosotros —como la mayoría de los aficionados—, aplaudíamos a los técnicos cuando efectuaban vistosas llaves y cuando ganaban,  pero reconocíamos el esfuerzo de los rudos cuando ejecutaban una llave elegante.

 No sentíamos el tiempo y cuando terminaba la última lucha, salíamos comentando o criticando como si fuéramos comentaristas de lucha expertos. Después de nuestra primera asistencia al Gimnasio Nacional —todavía no se  llamaba Teodoro Flores Palacios—, empezábamos a caminar hacia la avenida La Castellana, en busca del Bulevar Liberación. De ahí continuamos sobre La Calzada San Juan, para llegar a la calle principal que seguía la ruta de la BC. No recuerdo cuántas veces descansábamos durante el largo trayecto, pero siempre teníamos el rostro bañado de sudor. Al pasar por el Hospital San Vicente bajábamos el paso, pues el cansancio nos había debilitado, y le pedíamos a Dios que nos diera fuerza para terminar tan largo recorrido.

Atravesábamos Kaminaljuyú, que eran terrenos sembrados de milpa, pasábamos por el caserío El Incienso y por fin llegábamos a nuestra querida Bethania.  Cansados, sudados y arrepentidos por habernos dejado llevar por las emociones de la lucha, nos despedíamos y jurábamos que nunca iríamos al gimnasio los viernes por la noche. Durante dos meses cumplimos nuestra promesa, pero…  Una noche Tono, Julio y yo sentimos el piquete del gusanito de la lucha libre y volvimos a la galera donde nos reuníamos con nuestros amigos. Minutos después descendieron de la camioneta Chalo y Maco Santizo y nos preguntaron si los estábamos esperando para ir a la lucha libre y les contestamos que sí.

Cenaron a la carrera y como a los veinte minutos volvieron con sus vecinos Mariano Coronado, Benito y Mario Orellana y los hermanos Villalta, Margarita, Miguel e Inés.  Solo faltaron Luis Rafael Juárez y Guayito Aguilar, porque no habían retornado del trabajo.  Como ya iban a ser las siete de la noche, abordamos la camioneta B-C que nos dejaría en la 24 calle y 7ª. avenida.  Al descender, apresuramos el paso, pues recordamos que había grandes colas y no queríamos perdernos las luchas preliminares, porque sabíamos que los pesos chicos “echarían toda la carne en el asador” para calentar la velada. Cuando faltaba la última caída de la lucha estrella —individual o en relevos— se nos amargaba la noche, porque sabíamos que volver a sufrir el tormento de “volar pata” del gimnasio a la colonia. Una noche ocurrió el milagro, pues uno de los compañeros dijo que era mejor hacer el recorrido por la 6ª. calle y que atravesáramos el barranco del Incienso.  El viaje sería más cansado, pues la subida del puente de aguas negras que estaba en el fondo del barranco tenía menos pendiente, pero era más larga y que llegaríamos más agotados.

Hubo opiniones a favor y en contra, pero como no nos pusimos de acuerdo convenimos lanzar una moneda al aire: cayó escudo y emprendimos el recorrido por la 7ª. avenida hasta el mercado Central y cruzamos por la 6ª. calle, hasta llegar al Gallito y empezamos a descender entre calles oscuras, y aullidos de perros hambrientos. Cuando llegamos al fondo del barranco nos costó atravesar el puente, construido con dos durmientes —rieles de acero, donde pasaba el ferrocarril— y empezamos a subir la cuesta que nos conduciría a nuestra querida colonia. “El remedio resultó peor que la enfermedad” y llegamos mas agotados que antes, pero en el transcurso de la semana olvidamos nuestro calvario y el viernes siguiente volvimos atraídos por la rivalidad entre técnicos y rudos y no nos detenían ni el cansancio ni la lluvia.  Valía la pena ver los lances espectaculares de nuestros ídolos Máscara Roja y Rayo Chapín y las marrullerías de los rudos, encabezados por Hugo el Maldito y Chente Castellanos.
.
A principio de 1962, radio Quetzal transmitía el programa “Antena Deportiva”, dirigido por el periodista Julio César Alvarado, que tenía como locutor informativo al recordado Héctor Gaitán, después destacado periodista, escritor e historiador.  Ese noticiero era escuchado en diferentes zonas de la capital y en algunos departamentos. Los viernes entrevistaban a los luchadores mexicanos que venían a competir con los mejores de Guatemala. Una noche llegué cuando estaban entrevistando a Los Hermanos James y desde ese momento se me metió la idea de escribir lucha libre. Gracias a Dios fui aceptado como corresponsal en la colonia Bethania y después fui reportero y entrevistador.

En una jornada inolvidable, El Rayo Chapín y El Halcón peruano disputaron el cinturón de peso welter de América del Sur. El ganador fue el enmascarado azul, tras un gran lucha y el edición de El Grafico, del lunes siguiente le dieron todo el espacio a la disputa entre El Chacal y El Santo. A la semana siguiente, cuando retornábamos el gimnasio les dije a mis amigos que yo sería reportero de lucha libre y que trataría de apegarme a la verdad, a la hora de hacer mis comentarios. Todos se rieron de mi ocurrencia, solo mi hermano Julio creyó en mí y gracias a Dios hice realidad mis sueños. A mediados de 1964, fui nombrado corresponsal de la revista mexicana Lucha Libre, dirigida por Valente Pérez, creador de famosos luchadores como  Mil Máscaras y Tinieblas, entre otros.





De aficionado a reportero de lucha libre


De aficionado a reportero. 
En los primeros días de enero de 1965, El Impacto, uno de los recordados matutinos de la época, anuncio que los lunes publicarían un suplemento deportivo, “con la mejor información del deporte nacional e internacional”. Emocionado, pensé que esa era mi oportunidad para ingresar a un medio de comunicación escrito. Como me gustaba el futbol (me gusta todavía)  pensé que podía escribir crónicas, entrevistas y reportajes, pero recordé que los espacios estaban ocupados por maestros de la crónica deportiva y que nadie iba ponerle  atención a mis notas.  Dios me iluminó, pues, con excepción de Lou Carol (Carlos García Urrea) especialista en lucha libre y boxeo de El Gráfico Deportivo, no había otro en le diera cobertura a la lucha libre.  Yo era corresponsal de la revista Lucha Libre, de México y había publicado una entrevista con el rudo argentino Bobo Salvaje, y le envié una carta al director, Oscar Marroquín Milla y otra al jefe del citado suplemente, José Antonio Mansilla Rosales, y como no obtuve respuesta fui a la redacción del periódico para hablar con el encargado de la sección deportiva

El encuentro fue agradable, porque vivíamos en la colonia Santa Ana y nos conocíamos de vista. Después de un fuerte abrazo, le dije que deseaba incorporarme a la sección deportiva y le llevé una página con la entrevista. La vio de reojo y me dijo que la publicaría y que sería reportero de boxeo y lucha, porque esos deportes tenían muchos aficionados y que llenaríamos ese espacio. Antonio acababa de volver de México, donde había estudiado locución, y me aseguró que tendríamos muchos lectores, pues los otros periódicos sólo hablaban de futbol. Nos despedimos con otro abrazo y yo salí contento, porque iba a ver mi nombre impreso en letra de molde. Publicaron la entrevista con El  Bobo Salvaje —José Armando Costa— e ingresé al grupo de reporteros del suplemento deportivo, a cargo del periodista, locutor,  escritor y pintor José Antonio Mansilla Rosales, el inolvidable Pepe Mansilla, con la colaboración de Justo Rufino Cedillos y las fotografías de don Juan Vera y José Luis Mejicanos.

Así fue mi presentación Contando con la valiosa colaboración del periodista Miguel Ángel González Ortiz, corresponsal de la revista Lucha Libre, de México, a partir de la presente fecha iremos ofreciendo a los miles de lectores de IMPACTO, una serie de entrevistas e información que tiene relación con la lucha libre, uno de los deportes que más gustan en Guatemala. Para iniciar esta serie de entrevistas,  nos permitimos presentar una con el luchador argentino el Bobo Salvaje”. José Antonio Mansilla Rosales.